Todas las horas inservibles van dejando sobre mí una capa de aburrimiento que me aisla del frío metálico que desprende la indiferencia, pero no puedo evitar que este ocio post-vacacional regulado por contrato se me cale hasta los huesos. Pienso para no convertirme en hielo, escribo para no oxidarme. Llevo este jueves dentro de la maleta roja, junto con su noche sorpresa. Te aviso que esta mañana he tomado prestado un pedazo de tí, y me lo he metido en el bolsillo de la chaqueta para que me contagie un poquito de tu calor. Es que estoy aprendiendo a no echarte tanto de menos, ahora que los trenes dejarán de llevarme a ninguna parte contigo.
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